Este pasado viernes hemos celebrado en los locales de nuestra Logia una Tenida Blanca Abierta, que no es otra cosa que una reunión masónica abierta a ciudadanos no masones donde se diserta sobre temas relacionados con la francmasoneria en general y con el Gran Oriente de Francia en particular.
Para esta ocasión contamos como ponente con el Hermano Gilbert Haffner, de la Logia Heracles de Málaga y Presidente de la Comisión sobre Desarrollo Sostenible del GOdF. El contenido de su discurso se reproduce unas líneas más abajo.
El GOdF, además de la mencionada Comisión Nacional para el Desarrollo Sostenible, tiene otras más con las que la francmasoneria trata de encontrar respuestas y proponer soluciones para los problemas y las inquietudes de la sociedad contemporánea: Comisión Permanente sobre Laicidad, Comisión Nacional sobre Salud Pública y Bioética, Comisión Nacional sobre la Renta Básica Universal y la Comisión Nacional sobre el Mundo Digital.
Una Tenida Blanca Abierta es un buen escaparate para dar a conocer a nuestros conciudadanos las inquietudes que nos mueven y nos brinda tambíen la oportunidad de normalizar la imagen -la mayoría de las veces errónea y contaminada por prejuicios históricos e malintencionados- que se tiene sobre la institución a la que tenemos el honor de pertenecer.
Espero que disfruten con la lectura.
XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX
«El compromiso masónico frente al colapso medioambiental»
Como preámbulo a mi intervención quiero precisar algunas características personales que sitúan mejor el contenido de lo que voy a decir.
En primer lugar, no soy un especialista de ecología ni de desarrollo sostenible y no puedo pretender a ninguna calificación científica sobre los temas tratados. Soy un ciudadano, y como tal, tengo el deber de participar en la vida, en todo lo relacionado con la vida del espacio cívico, de mi país, de Europa, del Mundo; al considerarme poco o mal informado, debo recabar en el vasto campo de la información así como en los escritos de científicos, filósofos, sociólogos y pensadores que nos ayudan a aprehender mejor nuestro presente y futuro. Asimismo, soy francmasón y, por consiguiente, tengo la obligación moral de interesarme por todo lo relativo a la vida, a la sociedad y, en particular a las consecuencias sociales de toda decisión política o económica. Siendo uno de los objetivos que figura en los textos fundadores de la francmasonería “mejorar a la vez al Hombre y a la sociedad”, no puedo dispensarme de reflexionar, debatir e intentar aportar soluciones colectivas a los grandes problemas de la sociedad y, por consiguiente, al grave desafío que representa hoy día la degradación de las condiciones de vida sobre la Tierra.
En segundo lugar, me expreso aquí a título personal y no en nombre del GODF, del que soy miembro. Desde hace 3 años participo en una comisión nacional sobre el desarrollo sostenible en el seno del GODF, lo que me ha aportado mucho en términos de comprensión de los fenómenos naturales o provocados que representan un peligro para la humanidad. Voy, pues, a compartir con ustedes el estado de las reflexiones de dicho grupo y mis propias apreciaciones. Entremos, pues, sin dilación en el tema que nos reúne esta tarde.
El título fija de entrada el contenido de mi intervención jugando sobre un paralelismo poco evidente entre una institución: la francmasonería y una catástrofe ecológica anunciada: el colapso medioambiental. El acercamiento de las dos expresiones supone la existencia de un vínculo entre ellas, de un tipo de conjunción entre un fenómeno medioambiental y el compromiso de los miembros de una organización más conocida por su dimensión iniciática y su defensa indefectible de la laicidad que por su dimensión ecológica.
En primer lugar, ¿de qué hablamos cuando decimos “colapso medioambiental”?
Hoy día hablamos cada vez más de colapso, a menudo en plural. El término se adapta tanto al clima y a la biodiversidad como a las instituciones, valores, derechos fundamentales e incluso a la democracia.
El colapso medioambiental se ha convertido en un objeto de estudio, una teoría y a veces, se le reconoce como una nueva ciencia, aunque no oficial, de momento. Los defensores de esta teoría multiforme se basan en numerosas referencias, tanto científicas, filosóficas o culturales como en la simple observación de fenómenos naturales, medioambientales, sociales, económicos, políticos.
La imaginación tiene también su lugar en esta transformación radical del ecosistema mundial y, por tanto, de nuestras sociedades. Se proponen diversos escenarios que comportan sus correspondientes hipótesis. Se basan sobre todo en las causas del colapso medioambiental, de las que la más evidente es el exceso de la civilización termo-industrial. Por primera vez en la historia del Planeta, el hombre es el principal responsable del deterioro de la biosfera y de los ecosistemas; él ha provocado lo que los científicos llaman el antropoceno, nueva era geológica en la que hemos entrado prematuramente. Es también el hombre quien sería responsable de lo que se ha dado en llamar la 6ª extinción de masa de las especies. La 5ª se produjo hace 65 millones de años y asistió a la desaparición de los grandes saurios, los dinosaurios. Parece que el proceso duró un millón y medio de años mientras que respecto a la extinción en curso se habla de decenas o centenas de años.
Basta con leer la prensa para convencerse rápidamente de la realidad de este enfoque, máxime cuando estamos ya viviendo los primeros efectos casi cotidianamente.
También quiero precisar la utilización que hago del término “colapso medioambiental”: lejos de mí la idea de una catástrofe general anunciada y aceptada; lejos de mí también tomar en cuenta lo que preconizan algunos cuando predicen el retorno a una civilización de penuria generalizada o el encierro de los supervivientes en refugios antiatómicos provistos de alimentos, armas y material diverso propios a asegurar su vida futura. Esa actitud, para nosotros francmasones, no nos concierne, por el hecho de que situamos la esperanza de una sociedad mejor en el centro de nuestras utopías.
Ello no quiere decir que estemos ciegos y, menos aún mudos frente a los grandes riesgos que corre la especie humana y, de manera más general, el conjunto de los seres vivos si nos quedamos de brazos cruzados ante lo que se consideraría como inevitable. Por supuesto, un escenario en el que la última gota de petróleo se ha quemado, la comida y el agua potable se han enrarecido, la luz eléctrica, ordenadores, aviones y coches aparecen como un lejano recuerdo, en donde las guerras, epidemias y hambruna han diezmado a la mitad de la población mundial no puede alejarse de un manotazo. Lo que quisiera, al menos, sugerir hoy es que nada es totalmente ineluctable, no hay ninguna profecía de destrucción grabada en mármol.
La actualidad científica está presente para ayudarnos a comprender mejor lo que ocurre, la actualidad social para alertarnos sobre la pertinencia de las acciones a emprender, la actualidad política para movilizar las energías en dirección de unos responsables que deberán, en fin, decidir sobre nuestra permanencia en el futuro.
Y ahora, una pregunta: ¿Hemos visto venir ese colapso medioambiental?
He seleccionado para ustedes algunos hechos destacados de la evolución de las conciencias ecológicas, a sabiendas de que esta ciencia indiscutible, “la ecología” ha soportado la incredulidad propia al género humano cuyo cerebro no puede asimilar fácilmente el anuncio de una catástrofe si la vida cotidiana no se halla alterada en nada por las primeras manifestaciones. La incredulidad, la duda, la negación se han sumado a la burla “bien pensante” contra las reminiscencias de llamamientos a un retorno hacia la Naturaleza, especialmente preconizado en los años 60 y posteriormente por el movimiento hippie y sus declinaciones más modernas. La sociedad de consumo excesivo no sólo rechazó ver venir el colapso medioambiental sino que aceleró consciente o inconscientemente el proceso.
Desde hace cincuenta años, hechos o señales débiles o fuertes han permitido la emergencia de una toma de conciencia del impacto de las actividades humanas sobre el medio ambiente ( clima, biodiversidad, agricultura, agua en todos sus estados, alimentación, transporte, etc.). Veamos algunos de los acontecimientos mayores que han marcado el lento camino de la toma de conciencia para interrogarnos sobre la inacción frente a las numerosas alertas difundidas desde hace décadas. Hasta llegar a una visión a largo plazo de una sociedad viable, vivible y sostenible.
El primer evento y quizás precursor fue, en marzo de 1972, el informe “Los límites del crecimiento en un mundo con recursos finitos” encargado por el Club de Roma al MIT (Massachussets Institute of Technology), más conocido bajo el término “informe Meadows”). Daba 60 años al sistema económico mundial para desplomarse, confrontado a la disminución de recursos y a la degradación del medio ambiente. Dennis Meadows mostraba que, sin inversión de la tendencia, un colapso o desplome tendría lugar durante la primera mitad del siglo XXI. Las revisiones sucesivas del informe, en 1993 y en 2004, confirman el pronóstico. Conviene también señalar que el informe Turner (del nombre del sucesor de Dennis Meadows) de 2012 explica que el desastre derivará del hecho de que, si la humanidad continúa consumiendo más de lo que la naturaleza puede producir, un desplome económico se producirá en torno al 2030 dando como resultado una baja masiva de la población.
En junio del mismo año se organiza la “Conferencia de Naciones Unidas sobre el medio ambiente”, conocida con el nombre de conferencia de Estocolmo o primera cumbre de la Tierra, y da lugar a una declaración de 26 principios estableciendo el programa de las Naciones Unidas para el medio ambiente (PNUE).
La progresiva toma de conciencia en los siguientes 20 años lleva a la creación de diversos institutos o grupos de investigación sobre el mismo tema. A pesar de que personalidades, como Al Gore en Estados Unidos, dan la señal de alarma, la mayoría de políticos y otros actores siguen sin movilizarse.
En junio de 1992 se celebra la “Cumbre de la Tierra” de Río que adopta un plan de acción para el desarrollo sostenible para el siglo XXI. El principio de precaución ( quien contamina, paga) y los 27 principios de información se toman, por fin, en cuenta pero se aplican de manera insuficiente.
Informe tras informe, alerta tras alerta, llegamos a la famosa COP21, en la que los 195 países participantes firman el 12 de diciembre de 2015, por unanimidad el acuerdo de París. El texto, por desgracia, no vinculante, fija el objetivo de limitar el calentamiento climático a menos de 2˚C, apuntando a los 1,5˚C.
El 8 de octubre de 2018 se aprueba el 5º informe del GIEC, nueva alerta sobre el deterioro del clima.
Y el 6 de mayo último se presenta en Paris el informe del IPBES, que alerta como nunca sobre los riesgos de la degradación de la biodiversidad.
Esta lista, lejos de ser exhaustiva sólo traza el recorrido caótico de una lenta toma de conciencia en cuanto a la importancia vital de actuar por la protección de la Naturaleza y por lo tanto por la permanencia de la vida en nuestro planeta. Se podrían añadir muchos otros hechos e iniciativas para mostrar la progresiva consideración del medio ambiente en la organización de nuestras sociedades.
Ahora les propongo escuchar algunas voces autorizadas que se han alzado aquí y allá sobre lo que constituye ya el problema nº 1 de la Humanidad: la permanencia de la vida o su desaparición a medio plazo.
La primera de ellas dice así:
“Los seres humanos y el mundo de la naturaleza se dirigen hacia un punto de no retorno. La actividad humana inflige graves daños, a menudo irreversibles, al medio ambiente y a los recursos limitados. Si no intervenimos, gran número de nuestras prácticas actuales amenazan gravemente el futuro de la sociedad humana así como el del mundo animal y vegetal, y pueden llegar a transformar el mundo de los seres vivos a tal punto que dicho mundo será incapaz de continuar la vida de la manera que conocemos. Por lo tanto, es urgente proceder a cambios fundamentales si queremos evitar el punto de no retorno hacia el que nos dirigimos actualmente”. Esta es la introducción a una advertencia firmada por 1575 científicos en …1992
El 13 de noviembre de 2017, 25 años después, más de 15 000 científicos firman una nueva alerta haciendo referencia a 1992. Concluyen el texto así: “Para evitar una miseria generalizada y una pérdida de biodiversidad catastrófica, la humanidad debe adoptar prácticas alternativas más sostenibles en el plano medioambiental que las modalidades actuales. Esta prescripción ha sido formulada por los más importantes científicos del mundo hace 25 años, pero, en muchos aspectos, no hemos tenido en cuenta su advertencia. Pronto, será demasiado tarde para desviar nuestra trayectoria deficiente, y el tiempo se agota. Debemos reconocer, en nuestra vida cotidiana y en nuestras instituciones gubernamentales, que la Tierra con toda su vida es nuestro único hogar”.
A continuación cito a José María Montero Sandoval, uno de los pioneros del periodismo ambiental en España: “Quienes hablan de los jinetes del apocalipsis ambiental no son apasionados militantes de una organización ecologista, sino científicos rigurosos que tratan de llamar la atención sobre una crisis que no deja de multiplicar sus frentes”. Y también, del mismo José María, “La comunidad científica considera que hemos cruzado el umbral de una nueva era geológica, el Antropoceno, donde el hombre se convierte en el gran protagonista a cuenta de su capacidad para alterar las condiciones naturales a escala planetaria”.
Rosa Martín Tristán, otra periodista especializada en Ciencia y Medio Ambiente y creadora del medio “Laboratorio para sapiens” escribe « El ser humano ha multiplicado por cien la tasa de desaparición natural de especies con un cóctel de factores que están provocando la sexta extinción global ».
Y ahora, porque me parece llena de sentido común y por desgracia sigue siendo actualidad, les cito esta frase pronunciada por el entonces presidente de la República francesa, Jacques Chirac, ante la asamblea plenaria de la 4ª Cumbre de la Tierra el 2 de septiembre de 2002 en Johannesburgo: “Nuestra casa se quema y nosotros miramos para otro lado”. ¡Sin comentarios!
Hecha la constatación, amplia y cotidianamente difundida en los medios de comunicación, se plantea evidentemente la cuestión de las soluciones. Sabemos, a través de los científicos y por nuestro propio razonamiento o intuición que las soluciones abundan, que no estamos desprovistos en materia de ideas y de programas de cambio. Desde hace decenas de años, oímos hablar de transición ecológica, de transición energética, pero frente al colapso en curso, ¿puede tratarse sólo de transición y hacia qué, o mejor de transformación fundamental de un modelo de sociedad que se acaba?
Antes de seguir adelante, quizás ustedes se preguntan : ¿Por qué la FM se interesa por el colapso ?
La respuesta es sencilla y está incluida en nuestro conjunto de valores y principios, todos ellos dirigidos hacia la mejora del ser humano y su búsqueda permanente de bienestar. Una organización que se reclama, después de haber participado en la elaboración de la divisa de la República francesa “Libertad – Igualdad – Fraternidad” tiene la obligación moral de interesarse por todos los problemas del ser humano, de su vida individual y colectiva y ahora más que nunca por sus condiciones de vida. Me permito recordarles el trabajo y la influencia determinante de la Francmasonería en algunos progresos humanos, a menudo traducidos en leyes como la escuela laica, pública y obligatoria promovida en 1880 por Jules Ferry (él mismo francmasón); y, más cerca de nosotros, las leyes sobre la contracepción y el aborto.
De dicha divisa fundamental se deduce que todo el recorrido del francmasón está jalonado de valores derivados como la solidaridad, la justicia social, el civismo, la ética y además la defensa de la democracia. Si añadimos el respeto a los otros y la tolerancia mutua, el Gran Oriente cumple sus compromisos fundamentales sobre lo que constituye las claves de “vivir en sociedad”.
En fin, en su carta de valores, el GODF define el medio ambiente como un bien común de la Humanidad, siendo el ser humano el componente y actor principal. Por ello, y basándose en el principio de responsabilidad, corresponde al ser humano, a través de su reflexión y su acción, preservar su medio ambiente y transmitirlo a las generaciones futuras. Incluso sugiere otros modos de vida más respetuosos con la Naturaleza.
En esta presentación no puedo extenderme ni en la enumeración ni en la explicación de los símbolos, herramientas o valores de la Francmasonería; mis compañeros de La Logia Rosario de Acuña aquí presentes tendrán placer en darles más precisiones sobre lo que somos.
Deben saber que el francmasón es ante todo un ciudadano especialmente atento a la vida social, que ejerce un deber de vigilancia sobre todo lo que puede perturbar la cohesión social, la armonía entre el Hombre y la Naturaleza, los derechos y libertades humanas, el funcionamiento de la democracia. ¿Qué mayor reto, que mayor riesgo se erige ante la Humanidad que la posible desaparición de la especie humana? Incluso limitándonos a esta postura antropocéntrica, es un deber de la FM intervenir en lo que se presenta como el debate más importante de nuestras civilizaciones. El papel de la Comisión de la que tengo el honor de presidir es fundamental en su utilidad social y masónica.
Llegados a este punto del discurso, les propongo que nos interesemos por la actualidad, centrando nuestra atención en dos áreas relacionadas, el clima y la biodiversidad. Lo que nos llevará a otras áreas conexas, pues las soluciones sólo pueden ser transversales o globales. Y esto nos situará a su vez en el contexto del colapso en curso. Entonces será cuando podremos hablar del post colapso y adelantar algunas pistas de esperanza hacia un futuro más vivible.
Nos encontramos frente a una aplicación práctica de lo que se llama “transición ecológica”. Expresión actualmente de moda; los responsables políticos y económicos la citan a menudo, así como las asociaciones ecológicas y de defensa del medio ambiente. Ello no significa que se tomen medidas drásticas para parar el proceso de degradación, incluso de destrucción de los ecosistemas. Vemos aquí o allá florecer promesas cuando se acercan las elecciones, rápidamente olvidadas una vez ganadas. Los dos informes recientes que alertan a la opinión sobre el calentamiento climático y la biodiversidad, escritos por expertos, se dirigen en primer lugar a los responsables políticos, económicos y financieros. Fuera del campo político, el Gran Oriente puede tomar públicamente la palabra, y sus miembros, a menudo comprometidos en la sociedad, pueden y deben aportar ese suplemento de humanismo tan necesario a nuestras organizaciones humanas faltas de ideología portadora de esperanza.
¿Qué decir del calentamiento climático sino que se presenta como el relato de una catástrofe ya comenzada?
Desde hace más de 40 años, como hemos visto antes, el tema del clima se incluye en el orden del día de muchas cumbres, coloquios o reuniones internacionales. Desde hace 40 años, los lanzadores de alerta y los escépticos climáticos se confrontan; estos últimos son actualmente marginales debido a la cruda realidad que se impone a los ojos de los ciudadanos, hasta ahora incrédulos.
A raíz de la COP 21 de 1975, el Gran Oriente impulsó la elaboración y la difusión de una tribuna firmada por 7 organizaciones masónicas el 31 de octubre de 2015 precisando que la transición hacia una economía baja en carbono pasa también por orientaciones compatibles con nuestros valores: “Para nosotros Francmasones, las consecuencias sociales y medioambientales de la extracción, gestión, distribución y consumo de energía son determinantes. Producen los efectos más extremos en el plano de las desigualdades sociales y territoriales, como el acceso a la energía, la pobreza y la precariedad de muchas poblaciones en las diferentes partes del mundo”.
Más recientemente, en octubre de 2018, la publicación del último informe del GIEC ha lanzado una nueva alerta en dirección de los responsables políticos y económicos y ha preconizado claramente la reducción masiva de las emisiones de gas con efecto invernadero, lo que exigirá “una transición rápida y de gran alcance en materia de energías, del uso del suelo, de transportes, construcción y sistemas industriales”, un movimiento “sin precedente”, ya que implica a todos los sectores a la vez. Las energías renovables deberían pasar del 20% al 70% de la producción eléctrica a mediados de siglo, el carbón debería prácticamente desaparecer, la demanda de energía deberá bajar, la eficacia energética deberá crecer, etc. Según el informe, unos 2.100 miles de millones de euros de inversiones anuales serán necesarios entre 2016 y 2035 para la transformación de los sistemas energéticos, lo que representa sólo el 2,5% del PIB mundial. Un coste mucho menor si se compara con el de la inacción, mucho más elevado, según indican los científicos.
Este informe ha alimentado los debates de la COP 24 reunida en Katowice en Polonia a finales de 2018.
A propuesta de nuestra Comisión, inmediatamente después de la aparición del informe y antes de la reunión de la COP 24, el Gran Oriente de Francia difundió un comunicado de prensa titulado “COP24: ¡Paso a la acción!”
Y, consciente de la necesidad de financiación para la transición necesaria, el Gran Oriente ha adherido hace unas semanas al Pacto Finanza-Clima que termina en estos términos: “Nosotros, firmantes de este Llamamiento, pedimos solemnemente a los jefes de Estado y de Gobierno europeos que apliquen lo más rápidamente posible un Pacto Finanza-Clima que aseguraría durante 30 años la financiación a la altura de los desafíos exigidos para la transición energética en el territorio europeo y poner la finanza al servicio del clima y del empleo”.
¿Y qué decir de la perdida cotidiana de biodiversidad sino que se presenta como una destrucción sistemática provocada por el Hombre?
También aquí el lanzador de alerta principal es un organismo de expertos situado bajo la égida de la ONU, la “ Plataforma intergubernamental científica y política sobre la biodiversidad y los servicios eco sistémicos” (IPBES) ya citada. El 6 de mayo último, su informe de evaluación tuvo el efecto de una bomba mediática, inmediatamente tenida en cuenta por los responsables políticos en campaña electoral en vísperas de las elecciones europeas. La pérdida de biodiversidad, ya lo sabemos, es considerable; su progresión hiperbólica justifica la calificación de 6ª gran extinción de las especies en curso. El peligro no se halla en un horizonte lejano; está ahí, delante de nosotros y la urgencia, ya preconizada desde hace mucho tiempo está más que nunca de actualidad.
Los cinco principales culpables están claramente identificados en el informe, en el que han trabajado 450 expertos durante tres años: son, por orden, la utilización de las tierras (agricultura, deforestación), la explotación directa de los recursos (pesca, caza), el cambio climático, la contaminación y las especies invasivas.
Para Robert Watson, presidente del IPBES y antiguo presidente del GIEC: “La salud de los ecosistemas de los que dependemos, como todas las otras especies, se degrada más rápido que nunca. Estamos erosionando los fundamentos mismos de nuestras economías, nuestros medios de subsistencia, la seguridad alimenticia, la salud y la calidad de vida en el mundo entero. […] Ya sean los jóvenes en el origen del movimiento #VoiceforthePlanet o las huelgas escolares por el clima, existe una ola de toma de conciencia de que una acción urgente es necesaria si queremos asegurar un futuro más o menos sostenible”.
“La naturaleza está en declive a un ritmo sin precedente en la historia humana – y la tasa de extinción de las especies se acelera, provocando desde ya efectos graves en las poblaciones humanas del mundo entero”, alerta el informe del IPBES.
Evidentemente, la CNRDD ha anticipado estos anuncios y realizado un documento en el que fija claramente las responsabilidades de los gobernantes en la inacción propia a la lucha contra el deterioro sin precedente de la diversidad biológica. Precisa que los Francmasones del Gran Oriente de Francia, impregnados de los valores humanistas donde el Hombre es guardián de los organismos Vivos y con el objetivo permanente de emancipación del Hombre y de la sociedad, llaman a los gobernantes a una acción inmediata con el fin de que se comprometan con la realización de objetivos ambiciosos capaces de parar el fracaso en marcha.
El trabajo continúa; la difusión de nuestras conclusiones en todas las Logias y el firme compromiso del Gran Oriente son la fase previa a una acción de mayor envergadura, que integrará a todas las organizaciones masónicas que lo deseen para elaborar un memorándum dirigido a los gobernantes antes de la Conferencia sobre la biodiversidad que se celebrará a finales de 2020 en Pekín y que deberá establecer el plan estratégico de la biodiversidad post-2020 y constituir la nueva base concreta para la implementación de la visión con el horizonte puesto en 2050 y también para los ODD hasta 2030.
En otoño próximo organizaremos una conferencia pública en París, en la sede del GODF para fijar claramente nuestro compromiso en esta carrera por la supervivencia de las especies vivas.
Más adelante, en la primavera de 2020, tendrá lugar un gran coloquio internacional bajo los auspicios del GODF en el que se confrontarán las diversas tesis presentes y cuyas actas serán objeto de una amplia difusión por nuestra parte.
Finalmente y, en el mismo orden de ideas, estaremos presentes en el Congreso Mundial de la UICN (Unión Internacional por la Conservación de la Naturaleza) que se celebrará en Marsella del 11 al 19 de junio de 2020.
Es evidente que debemos ocuparnos del conjunto de los temas constitutivos del desarrollo sostenible; su imbricación y sus fuertes interacciones conducen inevitablemente a imaginar procesos globales de salida de crisis, proyectos ambiciosos de visión a largo plazo sobre el futuro posible y deseable de los organismos Vivos sobre la Tierra.
Quizás, ante todo, debemos reconocer que desde el siglo XIX nos hemos dejado guiar por el mito occidental de un progreso infinito para emprender una marcha hacia un futuro más deseable. ¿Estaríamos al final del ciclo de una utopía tecno-industrial deseosa de responder a todos los desafíos planteados por el Hombre? Sin la toma en consideración de las consecuencias de sus acciones sobre su medio ambiente natural, la humanidad moderna, al negar su propio estado de naturaleza, constata el encadenamiento sistémico de los acontecimientos, sobre el clima, la pérdida de la biodiversidad, el empobrecimiento de los suelos, la contaminación generalizada del suelo, del aire y del agua, etc. El antropoceno podría volver a cuestionar a medio plazo, como sabemos, la supervivencia misma del Hombre y no la del planeta.
Lo primero que hay que hacer, lo hemos visto a través de todas las alertas lanzadas desde hace décadas, de todos los estudios disponibles, de todas las luchas ciudadanas actuales es: acabar con los excesos de la sociedad de consumo.
Sabemos a ciencia cierta que muchos daños son irreversibles: antes de final de siglo la mayoría de los recursos naturales se acabarán, sabemos que la carrera contra el calentamiento climático no puede ganarse totalmente, que casi todo lo que constituye la vida actual no podrá seguir igual. Pero con voluntad política, con un trabajo individual y colectivo sobre las causas del colapso, con la aceptación de un cambio radical de vida, con la aplicación de otros tipos de economía, y sobre todo con un esfuerzo gigante de cooperación entre los seres humanos, de nueva convivencia entre las especies vivas y la naturaleza, el gran salto salvador es posible.
Tenemos la profunda convicción de la posibilidad de llegar a la concordia universal. ¿Somos utopistas? ¡Por supuesto! Pues una utopía es utopía hasta el momento en que se hace realidad. La FM anhela la construcción de una sociedad “ideal”, se compromete en trabajar en la mejora permanente de la sociedad.
La justa formulación de nuestra ambición al servicio de una “Humanidad mejor” podría ser: participación en un amplio proyecto de sociedad que dejaría de lado las aberraciones, excesos y derivas de la sociedad actual y se basaría en un humanismo del siglo XXI que, sin renegar el heredado del siglo de las “Luces” o el de la “Ilustración, consideraría al ser humano, no como el centro del Mundo sino formando parte de un gran conjunto que yo llamaría lo ”vivo”.
A partir de esta constatación y de sus consecuencias, debemos situarnos en una relación continua con todos los ecosistemas vivos en la biosfera y acabar totalmente con el pillaje de los ya escasos recursos naturales. Cualquier término que se utilice para contar la relación futura del ser humano con su medio natural, simbiosis, interrelaciones, ósmosis, cohabitación, da lo mismo; lo que importa es definir bien y promover otra visión de la salvaguardia de la biosfera y de todos los ecosistemas que la constituyen. Dicho de otro modo, una visión de sociedad futurista en términos de respeto de todas las formas de vida y de su evolución natural. Lo que significa un cuestionamiento sin duda doloroso de la preeminencia de un componente de los organismos vivos sobre otros, e incluso de su capacidad exponencial de destrucción masiva de todo lo que le rodea.
Si queremos evitar la extinción posible de la humanidad, deberemos sin duda modificar muchos conceptos fundadores de nuestras civilizaciones post-industriales, muchos hábitos y modos de vida, muchos sistemas económicos de organización de nuestras sociedades llamadas desarrolladas.
Y para acabar quiero decir que nosotros francmasones, trabajamos por un despertar humanista.
Mi conclusión sólo puede ser una apertura hacia un futuro hoy impreciso que debemos construir en estrecha relación con aquéllos que comparten nuestros análisis y puntos de vista; y son muchos, cada vez más.
Las marchas por el clima en el mundo entero, sobre todo agrupaciones de jóvenes, llaman la atención de los Francmasones “unidos tanto en el tiempo como en el espacio”. Se están operando cambios, no debemos ignorarlos. Sabemos que la cuestión del medio ambiente, de la naturaleza, es una cuestión compleja al igual que la elaboración de una sociedad fraternal y solidaria. Para ello, debemos desarrollar ese potencial de altruismo que es la cooperación entre todos los actores. Debemos trabajar por una armonía duradera, por un mundo mejor. Es nuestra responsabilidad.
Hoy he querido aportarles elementos de comprensión, resultados de reflexión y de acción, pero preferiría no situarme en la posición del conferenciante que habla de sus conocimientos sino más bien del que busca el diálogo, provoca cuestiones y sobre todo favorece la expresión de nuevas ideas, iniciativas, proyectos y realizaciones concretas.
La toma de conciencia mundial de la degradación catastrófica de la biodiversidad y la movilización de las fuerzas vivas, en primer lugar la de la juventud, no puede dejarnos indiferentes.
Para nosotros el debate está ampliamente abierto; conviene alimentarlo constantemente con ideas nuevas, confrontación de opiniones y buena voluntad.
Les agradezco la atención que me han prestado. Y ahora les cedo la palabra.
En los valles de Gijón el 24 de mayo de 2019-05-20
Gilbert Haffner
Presidente de la Comisión Nacional de Desarrollo Sostenible
Deja un comentario