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Durante todo el proceso que llevó a la fundación de la Logia Rosario de Acuña, se tuvo siempre presente una concreta idea del trabajo masónico: Éste no podía quedar enclaustrado en un marco puramente simbólico, estético, o esotérico. Debía ir mucho más lejos y retomar el testigo dejado por quienes nos precedieron, hombres y mujeres comprometidos con la reflexión y la acción sociales. Así, entendimos que la actividad de la logia debía  correr pareja con el tiempo que nos ha tocado vivir.

Buscábamos por tanto, una masonería diferente que, sin olvidar ni sus orígenes ni una determinada concepción de la tradición, tuviera como objetivo primordial ser útiles a nosotros mismos y a nuestros semejantes. Es decir, buscábamos una concepción masónica capaz de desbordar a cada individuo y orientar su reflexión y trabajo hacia el exterior, de forma tal que su actividad pudiera repercutir positivamente en la sociedad de la que formamos parte.

El retorno del Gran Oriente de Francia a nuestro país a finales de la década de los noventa y a través de la Logia Blasco Ibáñez (Valencia),  nos puso en el camino de aquello  que algunos ya conocían y otros intuíamos que debía existir.

Una Obediencia,  donde los conceptos de libertad de conciencia y  laicismo, junto con el espíritu de sociabilidad cobra  sentido por ser una realidad; una obediencia que admitiera la idea de una masonería en la que los seres humanos pudieran trabajar juntos, como miembros de pleno derecho, sin hacer referencia alguna ni a su orientación sexual, su género, credo, forma de pensar o cualquier otra diferencia.

Todo el espíritu que reina  bajo la triple divisa de Libertad,  Igualdad y Fraternidad, y  el bagaje del trabajo  de una Obediencia como el Gran Oriente de Francia,  la organización masónica más antigua de la Europa continental,  es lo  que nos empujó a sumar nuestro modesto esfuerzo a un proyecto colectivo que nació un Primero de Mayo de 2004, sigue vivo y se desarrolla cada día.

Desde aquella fecha hemos mantenido ininterrumpidamente nuestra actividad, reuniéndonos dos veces al mes  para compartir la visión que cada uno de nosotros tiene del mundo y de sí mismo, poniendo en práctica un principio fundamental del ideal masónico: No puede comprenderse al ser humano ni  las circunstancias que lo rodean sino es contemplando este todo desde la visión particular que cada uno de nosotros tiene, debatiendo no para vencer una lucha dialéctica, sino para aprender a escuchar y enriquecernos tanto con los interrogantes que podamos plantearnos a nosotros mismos como con el parecer de los demás. Nos hemos ocupado igualmente de cuestiones ligadas a la realidad social actual, y así hemos contado con la colaboración de personalidades como el doctor Luis Montes, Olivia Chaumont o los profesores Benito Aláez y Francisco Bastida; con todos ellos hemos abordado temáticas muy diferentes: El derecho a la muerte digna; la situación que afecta a las personas transexuales; o el principio de laicidad en nuestro texto constitucional vigente. También nos hemos interesado por otros temas –la violencia de género o el municipalismo y el modelo de ciudad para el siglo XXI- y hemos escuchado la opinión de la magistrada Rosario Fernández Hevia o de quien fue alcaldesa de Gijón, Paz Fernández Felgueroso. Hemos organizado también un modesto ciclo de cine, proyectando cinco películas y documentales  que tenían como temática central la situación de las personas inmigrantes en nuestro país.

No hemos descuidado tampoco nuestra memoria histórica: Las figuras de Jovellanos, encarnación de la Ilustración española, o de Rosario de Acuña, uno de los máximos exponentes en el compromiso con la defensa de la libertad de conciencia y de las clases más débiles, están presentes todos los años.